25 años del punto azul pálido

El 14 de febrero de 1990 la Voyager 1 se encontraba a más de seis mil millones de kilómetros del Sol después de haber explorado Júpiter, Saturno y sus lunas. A pesar de que la misión principal de la sonda había terminado en 1980 tras el sobrevuelo de Saturno, la Voyager 1 seguía funcionando con la esperanza de aportar datos sobre la heliopausa, la frontera del sistema solar, allá donde el viento solar deja paso al viento estelar de la Galaxia. Pero para esa tarea no había necesidad de enviar ninguna fotografía. Los días de gloria de la vieja sonda habían quedado atrás. Y sin embargo, ese mismo día (13 de febrero en los EEUU) la Voyager 1 giró su plataforma en la que se encontraba su cámara principal y tomó 64 imágenes, las últimas que realizaría durante su misión.
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La Tierra vista como un punto azul pálido por la Voyager 1 en 1990 (NASA/JPL).
El objetivo no era otro que fotografiar los planetas del sistema solar desde fuera, ofreciendo una perspectiva literalmente alienígena de nuestro hogar. Las imágenes no se enviaron inmediatamente. Se registrarían en el grabador magnético de la nave -sí, la Voyager llevaba cinta magnética- se enviaron a la Tierra entre marzo y mayo de ese mismo año. Cada una tardó casi cinco horas y medias en recorrer el abismo interplanetario antes de llegar a la Tierra para ser recibidas por la red de espacio profundo (DSN) de la NASA. A primera vista el resultado no era nada impresionante. En la mayor parte de imágenes solo reinaba la negrura del espacio, pero, y esto era lo importante, en alguna que otra se apreciaba un pequeño punto de luz: los planetas de nuestro sistema solar. Y en una de esas fotografías estaba la Tierra, un simple punto azulado en el que era imposible distinguir cualquier característica digna de mención. Nuestro planeta aparecía suspendido en la negrura del espacio en medio de un rayo de luz espurio, un reflejo de la óptica de la vieja cámara que aparentemente había arruinado esta imagen única. Cuando la NASA presentó en sociedad las imágenes de la Voyager 1 casi se disculpó por su baja calidad. Después de las impresionantes vistas que nos habían ofrecido los encuentros con los planetas exteriores, estas fotografías de puntos borrosos parecían un anticlímax.
Y sin embargo, las imágenes inmediatamente cautivaron al público. Lo de menos era la calidad o los reflejos de la óptica. Lo fundamental es que estábamos viendo nuestro hogar desde una distancia inconcebible gracias a los ojos de un emisario robótico que jamás volvería a la Tierra. Concretamente, la imagen de la Tierra serviría para inspirar una de las obras de divulgación más influyentes de todos los tiempos: Un punto azul pálido (Pale Blue Dot), de Carl Sagan. Con el tiempo a la icónica imagen de nuestro planeta visto desde la Voyager 1 se le conocería precisamente como ‘un punto azul pálido’ gracias a Sagan, pero vale la pena recordar que nadie la llamó así cuando fue publicada.
Hoy en día nadie duda del valor histórico y filosófico de esta fotografía, pero en su momento convencer a la NASA de su importancia fue una auténtica odisea. La idea de hacer un retrato de familia había surgido a finales de los años 80 mientras la Voyager 2 se dirigía a Urano y Neptuno. Por entonces varios científicos se habían dado cuenta de que la Voyager 1 se hallaba en una posición perfecta para fotografiar los planetas del sistema solar. Gracias a su paso cercano por Titán, la Voyager 1 se encontraba por encima del plano de la eclíptica (el plano que contiene la órbita de la Tierra y, por extensión, de la mayoría de planetas). La Voyager 2 también debería abandonar la eclíptica -en este caso hacia el sur- tras su encuentro con Neptuno, pero tardaría muchos años en estar a la distancia suficiente para captar todo el sistema solar como la Voyager 1. Varios investigadores, entre los que sin duda el más famoso era Sagan, propusieron usar la Voyager 1 para hacer un retrato lejano. Pero no todos estaban de acuerdo. Operar sondas espaciales cuesta dinero. Mucho. Y las imágenes no tendrían ningún valor científico. De hecho, no estaba claro si se podría captar la Tierra claramente.
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El retrato de familia de la Voyager 1 en 1990 (NASA/JPL).
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Perspectiva del sistema solar desde la Voyager 1 y las imágenes tomadas. El ángulo con respecto a la eclíptica es de unos 32º (NASA/JPL).
Para no interferir económicamente con el sobrevuelo de Neptuno por parte de la Voyager 2 se decidió retrasar el proyecto hasta después de 1989. Pero no se podía esperar indefinidamente. Tras el encuentro con Neptuno la mayor parte del personal de las Voyager sería enviado a otros puestos de trabajo y era muy probable que la cámara dejase de funcionar con el tiempo. Además, la electricidad generada por los generadores de radioisótopos (RTG) iba menguando poco a poco. Había que hacerlo ahora o nunca. Candy Hansen y Carolyn Porco -por entonces en el JPL de la NASA y la Universidad de Arizona, respectivamente- calcularon los tiempos de exposición para las imágenes en base a las posiciones relativas de los planetas con el objetivo de presentar una propuesta que la NASA no pudiese rechazar. A pesar de todo, fue necesaria la intervención directa del administrador de la NASA Richard Truly para que la secuencia de fotografías se llevase finalmente a cabo.
El gran temor de muchos técnicos era que el viejo tubo Vidicón de la cámara quedase inservible si se fotografiaba el Sol directamente -un temor por otro lado absurdo teniendo en cuenta que la Voyager 1 no iba a realizar más imágenes-, por lo que se decidió captar el Sol y sus cercanías con el filtro de metano de la cámara -el más oscuro que poseía- y reducir la exposición hasta 1/200 segundos, la más corta posible. A pesar de la lejanía, en 1990 la magnitud del Sol visto desde la Voyager 1 era de -18,7 y ocupaba 3,3 píxeles en la cámara de gran angular y 40 píxeles en la de pequeño angular. Por culpa de estas limitaciones Mercurio sería invisible para la Voyager 1 y no aparecería en el histórico retrato.
En el extremo contrario estaban Urano y Neptuno. Para poder apreciarlos las imágenes debían tener unos 15 segundos de exposición, así que aparecerían borrosos por culpa del movimiento de la nave. Dadas las condiciones en las que se iban a tomar las fotografías, era el mejor compromiso al que se podía llegar. Como contrapunto teníamos a Júpiter y Saturno, que se podían vislumbrar claramente (de hecho, los anillos de este último se aprecian indirectamente como una extensión de cinco píxeles). La Tierra y Venus serían unos puntitos de 1,4 y 1,3 píxeles respectivamente, pero en realidad nuestro planeta ocuparía menos espacio (0,12 píxeles) al verse como un fino creciente desde la perspectiva de la Voyager.
Para obtener la imagen a color de la Tierra se realizaron tres fotografías de 0,72, 0,48 y 0,72 segundos de exposición con los filtros azul, verde y violeta respectivamente. Aunque la Luna también entró en el campo de visión de la cámara, era demasiado débil para que fuese visible. En cuanto a Marte, debería haberse visto como un punto minúsculo, pero desgraciadamente los encargados de la misión se dieron cuenta demasiado tarde de que el planeta rojo sería invisible a través de los tres filtros de color de la cámara. Inmediatamente se sugirió cambiar la secuencia de instrucciones para fotografiar Marte sin filtros de color, pero ya no había tiempo. Además de las imágenes de planetas, el resto de fotografías serviría para estudiar la luz zodiacal y la distribución de materia interplanetaria en lo que no era otra cosa que un intento de validar científicamente el proyecto.
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Los seis planetas vistos por la Voyager 1 en 1990 (Venus, Tierra, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) (NASA/JPL).
Estas serían las últimas de las más de 67 000 fotografías tomadas por las dos Voyager en el transcurso de sus históricas misiones, sin duda un colofón más que perfecto. 25 años después la Voyager 1 está a casi veinte mil millones de kilómetros del Sol y, tras superar la difusa frontera de la heliopausa, se aleja del sistema solar viajando por el espacio interestelar.
Cuatro años después de tomarse estas fotografías Sagan publicó su libro en el que explica mejor que nadie la importancia de esa imagen de la Tierra como un pequeño punto azul en medio del vacío del espacio:
Echemos otro vistazo a ese puntito. Ahí está. Es nuestro hogar. Somos nosotros. Sobre él ha transcurrido y transcurre la vida de todas las personas a las que queremos, la gente que conocemos o de la que hemos oído hablar y, en definitiva, de todo aquel que ha existido. En ella conviven nuestra alegría y nuestro sufrimiento, miles de religiones, ideologías y doctrinas económicas, cazadores y forrajeadores, héroes y cobardes, creadores y destructores de civilización, reyes y campesinos, jóvenes parejas de enamorados, madres y padres, esperanzadores infantes, inventores y exploradores, profesores de ética, políticos corruptos, superstars, «líderes supremos», santos y pecadores de toda la historia de nuestra especie han vivido ahí… sobre una mota de polvo suspendida en un haz de luz solar.
La Tierra constituye sólo una pequeña fase en medio de la vasta arena cósmica. Pensemos en los ríos de sangre derramada por tantos generales y emperadores con el único fin de convertirse, tras alcanzar el triunfo y la gloria, en dueños momentáneos de una fracción del puntito. Pensemos en las interminables crueldades infligidas por los habitantes de un rincón de ese pixel a los moradores de algún otro rincón, en tantos malentendidos, en la avidez por matarse unos a otros, en el fervor de sus odios.
Nuestros posicionamientos, la importancia que nos auto atribuimos, nuestra errónea creencia de que ocupamos una posición privilegiada en el universo son puestos en tela de juicio por ese pequeño punto de pálida luz. Nuestro planeta no es más que una solitaria mota de polvo en la gran envoltura de la oscuridad cósmica. Y en nuestra oscuridad, en medio de esa inmensidad, no hay ningún indicio de que vaya a llegar ayuda de algún lugar capaz de salvarnos de nosotros mismos.
La Tierra es el único mundo hasta hoy conocido que alberga vida. No existe otro lugar adonde pueda emigrar nuestra especie, al menos en un futuro próximo. Sí es posible visitar otros mundos, pero no lo es establecernos en ellos. Nos guste o no, la Tierra es por el momento nuestro único hábitat.
Se ha dicho en ocasiones que la astronomía es una experiencia humillante y que imprime carácter. Quizá no haya mejor demostración de la locura de la vanidad humana que esa imagen a distancia de nuestro minúsculo mundo. En mi opinión, subraya nuestra responsabilidad en cuanto a que debemos tratarnos mejor unos a otros, y preservar y amar nuestro punto azul pálido, el único hogar que conocemos.
Vídeo con las reflexiones de Ann Druyan sobre el punto azul pálido:

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