ICE, la nave interplanetaria que se negaba a morir
En el momento de escribir estas líneas una vieja nave interplanetaria se dirige a la Tierra después de recorrer el Sistema Solar interior y tras visitar dos cometas. Contra todo pronóstico, el vetusto artilugio, lanzado en 1978, sigue funcionando. Pero, paradójicamente, nuestra civilización ha perdido la capacidad de contactar con la vieja sonda. Aún así, un grupo de intrépidos aficionados intenta hacerse con su control para situarla en órbita terrestre. Suena a película, pero no lo es. Es la historia de la ISEE-3, también conocida como ICE.
El proyecto ISEE-3 (International Sun-Earth Explorer 3) nació en 1972 como resultado de la colaboración entre la NASA norteamericana y el ESRO europeo (algo así como la madre de la actual ESA). Ambas agencias acordaron lanzar una sonda espacial al punto de Largange L1 del sistema Tierra-Sol. En este punto, los campos gravitatorios del Sol y nuestro planeta se cancelan mutuamente, permitiendo que una nave permanezca estable en una órbita alrededor de dicho punto (lo que se conoce como órbita de halo). El interés de mandar una nave al punto L1, además de servir para poner a prueba los sistemas de comunicación y navegación de la época, era el estudio del viento solar. Una sonda en el punto L1 sería capaz de estudiar de forma continua las partículas del viento solar sin obstrucción por parte de la magnetosfera terrestre.
ISEE-3, sería lanzada al punto L1, mientras que ISEE-1 e ISEE-2 quedarían situados en órbitas altamente elípticas alrededor de la Tierra. La flota de tres naves trabajaría al unísono para analizar la variaciones del viento solar y su influencia en la actividad geomagnética de la Tierra. Hasta 1974, el proyecto fue conocido como IME (International Magnetospheric Explorer), hasta que alguien decidió que el adjetivo ‘magnetosférico’ sonaba quizás demasiado aburrido. ISEE-3 sería una misión de bajo coste, por lo que se decidió emplear la plataforma de los satélites de la serie IMP (Interplanetary Monitoring Platform). Su diseño era extremadamente simple y consistía básicamente en un cilindro de 16 caras con un diámetro de 1,77 metros y una altura de 1,58 metros.
La masa del ISEE-3 era de 479 kg, de los cuales 104 kg eran instrumentos científicos (sensores de rayos cósmicos, detectores de electrones, protones y ondas de plasma, etc.). Cuatro largas y finas antenas de 46 metros de longitud servían para estudiar el plasma, mientras que otros cuatro brazos de tres metros incluían cada uno un magnetómetro y detectores de ondas de plasma. Otras dos antenas para el estudio del plasma y una antena de comunicaciones de media ganancia sobresalían de las caras del cilindro, por lo que la longitud total del vehículo sería de 14 metros. La nave giraría veinte veces por minuto para estabilizarse y permitir el despliegue de las antenas.
Dos bandas de paneles solares se encargaban de generar hasta 182 W de potencia al inicio de la misión, mientras que el sistema de propulsión estaba formado por doce pequeños propulsores de 18 newton de potencia cada uno alimentados por 89 kg de hidracina. ISEE-3 fue lanzado el 12 de agosto de 1978 mediante un cohete Delta y alcanzó el punto L1 el 20 de noviembre, convirtiéndose en la primera nave espacial en lograr esta hazaña. La pequeña nave debería haber terminado sus días en una órbita de halo, pero el cometa Halley se interpuso en su camino. O mejor dicho, se interpuso en el camino de los inquilinos de los despachos de la NASA. 1986, el año del cometa, se acercaba de forma inexorable.
Las agencias espaciales de todo el mundo habían decidido mandar naves al encuentro del cometa Halley… a excepción de la NASA. Aunque se habían propuesto decenas de propuestas, las peleas internas y presupuestarias de la agencia estadounidense tuvieron como resultado la cancelación de los proyectos de sondas para el estudio del Halley. La URSS contribuiría con la pareja de sondas VeGa, Europa lanzaría su Giotto y Japón saludaría al cometa con las naves Suisei y Sakigake. A cambio, lo más espectacular que haría la NASA sería observar el Halley mediante un conjunto de telescopios situados en la bodega del transbordador Challenger (y que el accidente de la STS-51L se encargaría de frustrar).
El Halley prometía ser un auténtico desastre mediático para la NASA, pero por suerte para la agencia norteamericana las colas cometarias son realmente grandes. Con un tamaño de millones de kilómetros no hace falta acercarse al pequeño núcleo cometario para poder declarar que una nave ha ‘sobrevolado’ un cometa. Fue entonces cuando la NASA desempolvó los planes de los científicos del Centro Goddard para mandar la ISEE-3 al cometa Giacobini-Zinner. El autor de esta loca idea fue Robert Farquhar, quien la propuso en 1982 solo para encontrarse con una fuerte oposición por parte de muchos científicos. ¿Por qué mandar una nave diseñada para estudiar el viento solar a un cometa si carecía de cámaras u otros instrumentos científicos adecuados? Para muchos investigadores la propuesta de Farquhar sólo serviría para que la NASA se marcase una primicia en la carrera espacial, a costa eso sí de sacrificar los objetivos científicos de la misión ISEE-3. Y es que el ISEE-3 alcanzaría su máximo acercamiento al cometa Giacobini-Zinner seis meses antes de que la flota internacional de sondas visitase el Halley.
En junio de 1982 el ISEE-3 había abandonado la órbita de halo alrededor del punto L1 para dirigirse hacia la cola de la magnetosfera terrestre. Si el plan de Farquhar no era aprobado, la nave volvería al L1 para terminar allí su vida útil. Nadie se sorprendió cuando la NASA aprobó la misión cometaria de ISEE-3 dos meses más tarde. Para alcanzar la velocidad necesaria y dirigirse al cometa, ISEE-3 llevó a cabo nada más y nada menos que cinco sobrevuelos de la Luna, el último de los cuales tuvo lugar el 22 de diciembre de 1983 cuando la sonda pasó a 120 kilómetros de la superficie lunar. Una vez situada en una órbita solar de 0,93 x 1,03 UA la NASA rebautizó la sonda como ICE (International Cometary Explorer). Una campaña de observaciones terrestres permitió refinar la órbita del cometa y se estimó que ICE pasaría a 172.000 kilómetros del núcleo, una distancia demasiado elevada para que la misión de la sonda pudiese considerarse un sobrevuelo. Consecuentemente, en junio y julio de 1985 ICE activó sus pequeños motores para reducir la distancia con el cometa, unas maniobras que fueron seguidas por otras a pocos días del encuentro.
El 11 de septiembre ICE pasaría a unos 7800 kilómetros del núcleo del Giacobini-Zinner. La oficina de relaciones públicas de la NASA anunció orgullosa que la sonda se había convertido en el primer objeto humano en sobrevolar un cometa. Debido a la ausencia de imágenes, el resto del mundo no pareció demasiado impresionado. En marzo de 1986 ICE pasó por la cola del cometa Halley a 28 millones de kilómetros del núcleo y la NASA declaró que la sonda había realizado su segundo sobrevuelo cometario. Teniendo en cuenta que la distancia mínima entre el Halley y la Tierra había sido de unos veinte millones de kilómetros, el ‘encuentro’ de ICE con Halley no fue tomado muy en serio fuera de la NASA, aunque los datos científicos proporcionados por la sonda serían muy útiles para crear nuevos modelos cometarios. Eso sí, Farquhar recibió una carta de felicitación del presidente Reagan por permitir que la NASA adelantase a la URSS en la ‘carrera por el cometa’.
Finalizada su misión cometaria, el control de la misión decidió gastar el 20% del combustible restante para situar la nave en una trayectoria que la llevaría a un sobrevuelo lunar el 10 de agosto de 2014. El 5 de mayo de 1997 la NASA dio por finalizada la misión de ISEE-3/ICE, pero mantuvo encendido el transmisor de radio para permitir el seguimiento de la sonda, que ya se había convertido en un experimento en sí misma (¿hasta cuándo podría aguantar este cacharro los rigores del Sistema Solar interior?). Increíblemente, la señal de ICE fue captada por la red de espacio profundo (DSN) de la NASA en 2008 y pronto resurgieron las esperanzas de comunicarse con la nave para colocarla en una órbita alrededor de la Tierra en agosto de 2014, para lo cual tendría que encender sus motores en mayo o junio de ese mismo año.
Sin embargo, justo entonces la NASA decidió abandonar al hijo pródigo que regresaba a casa. Para comunicarse con ICE la NASA debería volver a equipar las antenas del DSN con transmisores obsoletos retirados en 1999 y el precio de semejante decisión no compensaría los beneficios científicos de traer a la Tierra a la vieja sonda. Sorprendentemente, varios grupos de radioaficionados a lo largo del mundo han decidido afrontar el reto e intentar comunicarse con la sonda ellos mismos, lo que no es moco de pavo si tenemos en cuenta que la potencia de la señal de la nave es de apenas cinco vatios. Claro que llamar ‘aficionados’ a grupos como AMSAT-DL no es justo. Digamos más bien que no cobran por lo que hacen.
El 1 y el 2 de marzo de este año los chicos de AMSAT-DL lograron recibir la débil señal de la nave. ICE se encuentra actualmente a unos 40 millones de kilómetros de la Tierra y, aunque sigue transmitiendo, el estado exacto de sus sistemas es un auténtico misterio. Tampoco está nada claro que los aficionados sean capaces de ‘hackear’ el software de ICE con el fin de activar sus sistemas y permitir un encendido antes de agosto para situar la sonda en órbita terrestre… o si la NASA lo permitiría. Al fin y al cabo se trata de un vehículo propiedad de los Estados Unidos y cualquier intento de hacerse con su control es en teoría un acto de guerra. Y nadie quiere ver misiles Tomahawk bombardeando el Observatorio de Bochum. Sea como sea, el tiempo corre en su contra.
36 años después de partir de la Tierra la sonda ICE sigue viva. Paradójicamente, nadie responde a sus llamadas… por el momento.
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