Las primeras víctimas mortales del transbordador Columbia
A primeras horas de la mañana del 19 marzo 1981 los astronautas John Young y Robert Crippen se introdujeron en la espaciosa cabina del Columbia, el primer transbordador espacial de la historia, para llevar a cabo un ensayo de la cuenta atrás de cara a su primer lanzamiento, planeado para el 5 de abril. Concluido el ensayo, los astronautas abandonaron la nave. Ahora le tocaba a los numerosos técnicos volver a su trabajo en varios puntos de la plataforma de lanzamiento 39A del Centro Espacial Kennedy.
Una hora después de que Young y Crippen se marchasen, tres técnicos de la empresa Rockwell -contratista principal del orbitador- se dirigieron a la parte trasera del Columbia. En esta zona, que ese día correspondía a la parte inferior de la nave al estar ésta en posición vertical lista para el lanzamiento, se encuentra un espacioso compartimento que alojaba los tres motores principales del transbordador, los SSME (Space Shuttle Main Engines), y las distintas conducciones que transportaban el hidrógeno y oxígeno líquidos con el tanque externo (ET).
John Bjornstad, Forrest Cole y William Wolford se introdujeron por un panel especial, denominado puerta 50-1, y entraron en el compartimento para inspeccionarlo (ese día el panel había sido sustituido por una simple cortina para permitir un acceso más sencillo). Inexplicablemente, uno a uno se derrumbaron de forma repentina. Primero cayó Bjornstad, seguido por Cole y luego Wolford. Otro técnico, Jimmy Harper, se dio cuenta de los hombres inconscientes y acudió en su ayuda, pero también se desmayó justo en la puerta. Por suerte para ellos, otras tres personas, Nick Mullon, Robert Tucker y Don Corbitt también se percataron del desastre. Mullon pudo sacar a Wolford y a Bjornstad del interior, ayudado por Corbitt y Tucker (este último se había puesto un equipo de respiración autónomo). Justo en esos momentos, Harper se despertó y avisó de que podía haber una fuga de hidracina o amoniaco. Porco después, Mullon también se desmayó.
El encargado de la rampa se enteró de la posible fuga de hidracina y activó la alarma en las instalaciones y se prestó a enviar ayuda a la rampa. La hidracina es una de las mayores pesadillas para cualquier trabajador relacionado con el programa espacial tripulado. Venenoso y cancerígeno, es uno de los combustibles más peligrosos usados en la industria aeroespacial. Desgraciadamente, una de las ambulancias fue retenida por el personal de seguridad durante más de tres minutos en la puerta de acceso de la rampa al carecer de equipos de seguridad para lidiar con una fuga de amoniaco o hidracina.
Finalmente, el personal de rescate acudió a la rampa y pudo sacar al último técnico que permanecía en el interior del compartimento, Forrest Cole. Poco después, todos los afectados, Bjornstad, Cole, Mullon, Harper y Wolford, fueron trasladados a un hospital. Lamentablemente, John Bjornstad murió tres horas después, mientras que Forrest Cole fallecería el 1 de abril después de permanecer 13 días en coma. Nick Mullon, que había salvado de una muerte segura a Harper y a Wolford, también fallecería en 1995 por culpa de trastornos de salud derivados del accidente, motivo por el cual no se le suele tener en cuenta en muchos relatos del suceso.
Bjornstad, Cole y Mullon se convirtieron de esta forma en las primeras víctimas mortales del programa del transbordador espacial. Ningún técnico o astronauta de la NASA había muerto en la rampa de lanzamiento desde el incendio del Apolo 1 el 27 de enero de 1967, en el que murieron asfixiados los astronautas Virgil Grissom, Edward White y Roger Chaffee. Pero, ¿qué los había matado? Aunque las primeras sospechas se centraban en la peligrosa hidracina (usada en los motores de maniobra del shuttle), pronto se comprobó que los técnicos habían muerto por hipoxia, es decir, por falta de oxígeno. A raíz del Apolo 1, la NASA era especialmente sensible a todo lo que tuviera que ver con fuegos en naves espaciales, así que el compartimento trasero del transbordador se llenaba con nitrógeno gaseoso justo antes del despegue.
Este procedimiento, utilizado en otros lanzadores, permitía purgar el oxígeno del entorno que rodeaba a los motores, reduciendo significativamente el riesgo de incendio. En el caso del transbordador la inyección de nitrógeno era especialmente necesaria teniendo en cuenta que los SSME se encendían tres segundos antes de los motores aceleradores de combustible sólido (SRB). Si la cuenta atrás de cancelaba antes de la ignición de los SRB, pero después del encendido de los SSME -algo que sucedió en muchas misiones del transbordador-, la rampa podía quedar rodeada de grandes cantidades de oxígeno e hidrógeno gaseosos. Huelga decir que el riesgo de incendio o explosión sería enorme si esto sucedía, de ahí el interés de la NASA en usar nitrógeno.
Desgraciadamente para los técnicos, el nitrógeno no causa ninguna señal de alarma fisiológica. Nuestro cuerpo está diseñado para reaccionar ante un exceso de dióxido de carbono o en caso de que no podamos respirar normalmente. Sin embargo, el nitrógeno no es tóxico -al fin y al cabo constituye la mayor parte de la atmósfera terrestre y lo estamos respirando continuamente- y ante un exceso de este gas la persona afectada simplemente se desmaya sin previo aviso. En teoría el compartimento trasero del Columbia debía haber sido rellenado con aire normal después de la prueba, pero por un cambio de última hora ese fatídico día los procedimientos se cambiaron sin que lo supiesen los técnicos. Como resultado, el compartimento trasero estaba repleto de nitrógeno cuando llegaron a la base del Columbia. Los encargados de la misión habían decidido aumentar la cantidad de nitrógeno ante una posible fuga que detectaron durante una prueba de los SSME el pasado febrero.
El Columbia despegaría finalmente el 12 de abril de 1981 para llevar a cabo su primera misión, la STS-1. 22 años después, el transbordador se desintegraría durante la reentrada atmosférica el 1 de febrero de 2003, matando a sus siete tripulantes. Pero, como vemos, no eran sus primeras víctimas. Los nombres de Bjornstad, Cole y Mullon no son tan famosos como los astronautas de la misión STS-107, pero sin duda merecen ser recordados.
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