Navegando por las montañas de hielo de los anillos de Saturno

Tu nave flota sobre lo que parece ser una planicie infinita de un color blanco sucio. Imaginas que te hallas suspendido sobre la superficie de un planeta o satélite, pero sólo con mirar en detalle la ilusión se esfuma. Porque la ‘planicie’ está formada en realidad por millones de bloques de roca y hielo que se mueven en una danza caótica. Miras a la derecha y ves la mitad del enorme disco de Saturno. Frente a ti, colgadas en el cielo, contemplas varias de las lunas del gigante gaseoso. No cabe duda: estás sobrevolando los anillos de Saturno.
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Una nave sobrevuela los anillos de Saturno. A la derecha, las montañas del Anillo B. Pintura de Michael Carroll (NASA/Michael Carroll).
Pero la monotonía de los anillos se rompe cuando miras hacia el lado opuesto a Saturno. Te cuesta creer a tus ojos y jurarías que en la distancia puedes ver unas enormes montañas. ¿Montañas en los anillos de Saturno? No tiene sentido, pero a medida que te acercas la imagen es más nítida. Sí, son montañas que superan los tres kilómetros de altura compuestas por los mismos bloques de roca y hielo que forman el resto de los anillos. Con un telescopio puedes ver el movimiento individual del numeroso enjambre de partículas que las forman. Pero, ¿qué hacen allí?
Evidentemente, estas estructuras son inestables. Nacen, crecen y desaparecen en el borde del Anillo B de Saturno, el más denso de todos los que posee este planeta. Aunque el espesor de este anillo no supera los diez metros, las titánicas estructuras del borde alcanzan los 3,5 kilómetros sobre el plano de los anillos. El origen de estas maravillas de la naturaleza es producto de las complejas interacciones de la gravedad de las lunas de Saturno con los anillos. Las partículas que forman los anillos no tienen un tamaño uniforme y de tanto en cuanto aparecen bloques de mayor tamaño que se unen entre sí hasta dar lugar a auténticas pequeñas lunas. Su presencia suele pasar desapercibida porque se camuflan dentro de los anillos.
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Las ‘montañas’ del anillo B de Saturno vistas por la Cassini en 2009 durante el equinoccio (NASA/JPL).
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Las estructuras verticales del borde del Anillo B (NASA/JPL).
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Distintas perturbaciones en el borde del Anillo B (NASA).
Sin embargo, estas lunas migran con el tiempo hacia el borde exterior del Anillo B y allí quedan atrapadas por efecto de la gravedad de Mimas, una de las lunas de Saturno. El motivo es que justo en el borde del anillo las lunas están se hallan en resonancia con Mimas, es decir, que por cada rotación de este satélite alrededor de Saturno las pequeñas lunas llevan a cabo otro número entero de rotaciones. A estas resonancias debemos sumar varias oscilaciones que afectan a todo el anillo, unas ondas de densidad en espiral que surgen de forma espontánea dentro del anillo propiamente dicho cuando este vibre con una frecuencia propia. El resultado es que varias lunas pequeñas de cientos de metros de diámetro -puede que de hasta un kilómetro- se apilan en el borde del Anillo B. Allí comprimen el material de los anillos y lo obligan a elevarse por encima y debajo del plano de los mismos, creando un paisaje surrealista tan impresionante como efímero. Las ‘montañas’ se extienden en arcos de 20 000 kilómetros de longitud situados a lados opuestos del planeta.
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La combinación de ondas de densidad generadas por el propio anillo y la resonancia con lunas es la causa de estas montañas en el Anillo B (NASA).
Las montañas de los anillos de Saturno son uno de los paisajes más fascinantes que podemos contemplar en el sistema solar. Y sin embargo no supimos de su existencia hasta 2009, cuando la sonda Cassini mandó las primeras imágenes de estas formidables estructuras. Cuántas maravillas esperan aún a ser descubiertas ahí fuera.
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Los distintos anillos de Saturno (CD es la División de Cassini)(NASA).

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