Lanzando una bomba nuclear contra la Luna en los años 50

“Durante miles de años el hombre ha soñado con ir a la Luna. Hoy ese sueño es casi una realidad. Gran parte de la gente de mayor edad y todos los jóvenes que lean esto estarán vivos cuando un ser humano aterrice en la Luna, algo que tendrá lugar en el año 2000 aproximadamente.”
Así comenzaba I.M. Levitt un famoso artículo publicado en Popular Mechanics en 1958 donde describía los pasos necesarios para llevar un hombre a la Luna. Solamente once años después de que Levitt escribiese estas líneas, Neil Armstrong caminaba por el Mar de la Tranquilidad. Todo un ejemplo de lo complicado que resulta predecir el futuro cuando la tecnología cambia muy rápidamente. Lo llamativo del caso no es que Levitt se equivocase, sino que fuese tan conservador cuando muchos de los científicos de la época ya hablaban de colonias en Marte para comienzos del siglo XXI.
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Proyecto A119 (Popular Mechanics).
El artículo de Levitt predecía que el siguiente paso lógico en la conquista de la Luna sería lanzar bombas nucleares contra la superficie lunar para marcar así el lugar de impacto de las sondas. De esta forma se podría verificar de forma más que directa el buen funcionamiento de los sistemas de guiado y navegación, que por aquella época se hallaban en pañales. Porque, claro, ¿cómo vamos a saber si nuestra nave ha alcanzado la Luna si no podemos verla desde la Tierra? Pues nada, le ponemos una bonita bomba de fusión al cacharro y asunto zanjado. Y aquí es donde el artículo de Levitt se pone interesante, porque justo en el momento de escribir esas líneas los militares norteamericanos estaban desarrollando un programa ultra-mega-secreto de esos que parecen sacados de una película de James Bond.
Se llamaba Proyecto A119 y tenía por objetivo… pues eso, mandar un artefacto termonuclear hasta nuestro satélite. Partes del proyecto siguen estando clasificadas y solamente se descubrió su existencia en los años 90 cuando el escritor Keay Davidson se propuso redactar la biografía del célebre astrónomo Carl Sagan. Pues bien, resulta que en 1959 el bueno de Sagan estaba interesado en una beca en la Universidad de California y había puesto en su currículum referencias a dos artículos clasificados que había escrito cuando formaba parte del Proyecto A119. No sabemos si Sagan fue o no consciente de que estaba violando la seguridad nacional simplemente con citar esos artículos (supongo que no, aunque también es cierto que por entonces no existían las cárceles de Guantánamo y demás tinglados), pero lo que cuenta es que a resultas de este ‘desliz’ se destapó el pastel y la opinión pública se enteró del asunto. Con más de treinta años de retraso.
Ah, y por si alguien se lo pregunta, pues sí, los soviéticos también tenían un ultra-mega-secreto proyecto similar denominado Ye-4, una sonda concebida por Mijaíl Tijonrávov y Gleb Maksímov siguiendo directrices del Ingeniero Jefe Serguéi Koroliov. La serie de sondas Ye-4 tenían una masa de 400 kg y estaban dotadas de un arma de fisión para que los yanquis supiesen que ellos también podían lanzar una cabeza nuclear a 380000 kilómetros de distancia. La cosa se vuelve en este punto un poco enrevesada porque existen indicios de que el Proyecto A119 pudo nacer como respuesta a las sondas Ye-4 después de que la inteligencia norteamericana se enterase de su existencia. A diferencia de las Ye-4, el Proyecto A119 serviría no tanto para marcar el lugar de impacto como para ‘elevar la moral del pueblo norteamericano’ y, ya de paso, estudiar la composición del regolito lunar en plan bestia.
Se suele decir que el tratado sobre la prohibición de explosiones nucleares en el espacio que firmaron ambas superpotencias en 1963 marcó el final de ambos proyectos, pero en realidad para entonces ya hacía años que se habían desechado. Por un lado, lanzar artefactos nucleares al espacio mediante misiles intercontinentales modificados era un juego demasiado peligroso en plena Guerra Fría. Pero más importante fue el hecho de que no se necesitaba un arma nuclear para marcar el lugar de impacto de una sonda espacial. Las técnicas de seguimiento desde la Tierra mediante radio y el uso de marcadores visuales -los soviéticos usaron nubes de sodio para medir la trayectoria de sus sondas de la serie Luna- eran más que suficientes para determinar si una sonda espacial iba a chocar contra nuestro satélite o no.
¿Y qué pinta el bueno de Levitt en todo esto? Pues nos deja muy claro que, aunque todos estos proyectos eran ultrasecretos, la idea de detonar bombas nucleares en la Luna era muy popular a finales de los 50. Por suerte nadie se la tomó muy en serio.

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